Coherencia de lo que hago con lo que pienso

Vivimos en una era donde mucha gente vive en culpa. Nos han enseñado a vivir de esa manera. La sociedad nos ha impuesto muchas reglas, o reglamentos, de lo que es socialmente aceptable hacer o no. Al madurar nuestra capacidad cognitiva comenzamos a contrariar muchos de esos reglamentos preestablecidos, sin embargo seguimos actuando de la msima manera. Si fuésemos computadoras, todos los seres humanos vendríamos pre programados por dos fuentes: la genética y la social. La primera, porque desde que nacemos, desde antes, ya tenemos un código genético. La segunda porque cuando llegamos a tener uso de razón, ya tenemos incrustadas todas las creencias de nuestra sociedad. 

Independientemente de la “bondand” o “maldad”, practicidad, usabilidad, moderniad, etc, de las creencias que nos inculcaron, llega un día en el que comenzamos a estar en contra de ellas. Pero nunca se nos enseñó a ser coherentes con lo que pensamos. Cada vez más nuestros métodos de aprendizje se limitan más en la parte de razonamiento crítico. Una gran ironía porque cada vez más se conoce cómo funciona. El problema es que los portadores de ese conocimiento son cada vez menos. Pocas veces vemos a niños siendo educados para dudar de lo que se les enseña, para retar esas creencias que muchos toman como ciertas. 

 

Como fruto de ellos vivimos en una gran incoherencia de vida. Creemos unas cosas y vivimos de manera distinta. Como una cebolla, cada vez más las personas están rodeadas de capas y capas de prejuicios de cómo las cosas deberían ser, dejando un centro de actuar raquítico, disfuncional que pierde su capacidad crítica, su capacidad de razocinio. 

Y de una cosa estoy seguro: no se puede vivir feliz con culpas. Con culpas hacia los padres, hermanos, religion, país, nosotros mismos. Estamos tan frenéticamente rodeados de “deberes”. “Debes hacer esto, debes hacer lo otro, debes pensar así, debes creer esto, debes leer aquello, etc”. Esa hola de “deberes” poco a pcoo se impregna en nuestra conciencia y se vuelve personal “debo hacer esto, debo hacer lo otro, debo pensar así, debo creer esto”. Y como el otro yo, el pensante, a veces se reusa a creer y actuar de tal o cual manera, aparece una confrontación interna que se llama culpa. 

Un primer paso para liberarse de esa culpa, es reprogramar nuestra conciencia. Comenzar a retar esas creencias que damos por ciertas. Muchas veces incluso es una gran faena reconocerlas. Hay muchas de estas creencias que están tan enraízadas que el sólo encontrarlas será una faena. Pero hay que comenzar, y hay que comenzar pronto. Primero, porque mientras antes comencemos, antes dejaremos de seguir aceptando estas “programaciones” externas, y segundo porque para aceptar nuevas creencias debemos desaprender las actuales, y muchas veces, muchísimas veces, desaprender es más largo que aprender. 

La primera aplicación práctica para comenzar este proceso de reprogramación es identificar todos los “debo”s de nuestro diálogo interno y de nuestra conversación. Una vez identificados, retar las creencias que están detrás de ellos y comenzar a utilizar “decido”, o “eligjo, o “quiero” en vez de “debo” o “tengo”.  Por ejemplo en vez de decir “tengo que ir al trabajo” decir “quiero ir al trabajo”, en vez de “debo ir al dentista” decir “elijo ir al dentista”. Este poder de decisión -que crea libertad y libera de culpa- irá poco a poco convirtiéndose en parte de nuestra psicología. Y sobre todo nos comenzará a llevar por la calzada de una vida coherente. 

 

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