El arte de desaprender

No hay un acuerdo en el mundo científico en cuanto a sí el cerebro al nacer es una hoja en blanco, o si trae ciertos comportamientos “pre-programados”. Hay avances significativos que muestran que nuestros genes definen no sólo nuestra estructura física, sino también la mental. Independientemente de este argumento, que tardará mucho en solventarse, para muchas cosas podemos considerar al cerebro de un recién nacido como una hoja en blanco, con una gran habilidad para aprender nuevas cosas, y que en base a la experiencia se irá llenando. 

Esta estrategia evolitiva ha probado ser muy eficiente: los humanos, a diferencia de otros animales, tenemos un tiempo de crianza muy prolongado, lo que conyeva el riesgo que nos volvemos sumamente dependientes durante más tiempo. Sin embargo, en ese tiempo de dependencia aprendemos lo que otros animales llevan por instinto -algo también discutido, pero consideremoslo parcialmente cierto-, y es por ello que mientras somos infantes aprendemos más rápido. 

 

Sin embargo esta es un arma de dos filos: así como aprendemos las cosas buenas, también aprendemos las cosas malas. Y lo que aprendemos la primera vez, especialmente si es mediante una emoción fuerte, deja un rastro neuronal bastante denso. Así como aprendemos a hablar, a caminar, a comportarnos; también aprendemos a sentirnos de bajón, a procrastinar, a no impresionarnos por cosas buenas. 

La buena noticia es que todo comportamiento, bueno o malo, puede ser desaprendido. Bueno, no realmente desaprendido: todo lo que queda registrado en nuestro cerebro se mantendrá ahí, pero sí sobre escrito. Nuestros comportamientos son una expresión de nuestras creencias más profundas. Creencias que pueden ser conscientes o no, que pueden ser buenas o no. Si creemos que no somos buenos atletas, simplemente no lo seremos. Si creemos que somos introvertidos, lo seremos. 

Varios neurólogos y psicólogos han encontrado un razgo interesante en nuestros cerebros: neuronas que se disparan unidas, se “alambran” unidas. Este sencillo descubrimiento tiene muchas consecuencias, que podemos aprovechar para nuestro bien. Por ejemplo estudiar. Si a estudiar lo asociamos con algo malo, estudiar va a ser algo que no queremos hacer. Por el contrario, si premiamos el estudio, tendremos un incentivo para ello. Pablov lo distinguó hace unas decenas, pero ahora sabemos que es cierto. 

Por esta misma razón, tenemos que estar conscientes que nunca podremos comenzar de cero. Nuestras creencias anteriores están ahí, y lo estarán por mucho tiempo. Pero si comenzamos a crear nuevos caminos neuronales que sustituyen a los anteriores. ¿Cómo? Neuronas que se disparan unidas se alambran unidas. Para lograr esto es clave la repetición. Los caminos neuronales se basan en repeticiones. 

De modo que analiza tus creencias, sé sincero, y busca aquellas que te están limitando. Una vez las distingas, comienza a encontrar nuevas creencias que te sean constructivas y busca las maneras de sobre escribir las anteriores con las nuevas. Mientras antes comiences mejor. 

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