Recuerdo perfectamente cuando estuve estudiando identidades trigonométricas en el colegio. En esa época mi relación con la matemática era más de amor que de odio, pero lo que más me enojaba era no entender los procedimientos. Más que no entender, porque las notas las sacaba, era no entender para qué servía, por qué servía. Una tarde en mi escritorio estaba dándole vueltas y vueltas a las benditas identidades, y las sencillas me salían. Más por prueba y error que por realmente comprenderlas. Hasta que me topé con una que no me salía. Me enojé, estaba ansioso. Pero seguí dándole vueltas, hasta que repentinamente lo “entendí”. El famoso Eureka. Desde aquel momento entendí todas las identidades trigonométricas, ya no había ninguna que me fuese imposible, porque había “entendido”. Y ese conocimiento, mejor dicho ese “entendimiento” ya no se me pudo olvidar. En ese día pasaron dos cosas: “entendí” las identidades trigonométricas, y me comenzó a encantar la matemática.
Hoy me pregunto. Así como antes conocía la teoría de las identidades trigonométricas pero no las entendía, hasta que ese rayito de luz me cayó en la cabeza; así pasa con mi vida, conozco la teoría, pero posiblemente no la “entiendo”. ¿Podré llegar a “entender” la vida? ¿Cuándo pasará ese momento en el que algo sucede que me hace entenderla, y al mismo tiempo amarla más?
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