En ocasiones el problema de la comunicación no es que nos comuniquemos poco, es que nos comunicamos mal. Una razón común para comunicarnos mal, es la “maldición del conocimiento”, que es la incapacidad de no recordarnos cómo era nuestro estado al no saber lo que sabemos.
Comunicarnos bien en la empresa, comunicarnos bien en pareja, comunicarnos bien en equipo, comunicarnos bien como sociedad. Comunicarnos aquí, comunicarnos allá. Lo escuchamos todo el día. Y concordamos. Y lo intentamos. Es más, en muchas ocasiones, creemos que estamos haciendo un papel extraordinario para comunicarnos, pero no lo logramos. ¿Por qué?
Un experimento de Elizabeth Newton de la universidad de Stanford (experimento por el que ganó su Ph.D.) lo ilustra bien. Ella eligió al azar un grupo de personas, al que llamó “golpeadores”. A los “golpeadores” les dio una lista de canciones populares famosas, como el “cumpleaños feliz” y les pidió que golpearan el ritmo en una mesa: tap, tap, tap. Otro grupo, el de los “oyentes” iría a escuchar los golpes en la mesa, y su labor era adivinar la canción que estaba siendo golpeada en base al ritmo de los golpes.
Antes de que los golpeadores comenzaran su trabajo, Newton les pidió que predijeran las posibilidades de que los oyentes pudieran adivinar la canción, y los golpeadores predijeron que en promedio un 50% de los oyentes iba a adivinar las canciones.
120 experimentos después, ¿el resultado? solamente 3 personas adivinaron. Los golpeadores pensaron que iban a tener una taza de éxito de 1/2 y tuvieron una de 1/40. Es más, los golpeadores se frustraban: “¿cómo no la puedes adivinar? Es muy fácil!”.
Lo que sucedió en este caso es que los golpeadores sufrían de la maldición del conocimiento. Ellos ya sabían que canción estaban golpeando, y para ellos era muy obvio y fácil adivinar la canción. Ello no podían retroceder al estado en el cual no sabían cuál era la canción.
Este problema de comunicación nos sucede a todos: damos por sentado que las personas con las que hablamos tienen las mismas construcciones mentales que nosotros, y basamos nuestra comunicación en ordenar esas construcciones y esperamos que otros comprendan nuestra nueva construcción.
¿Por qué hacemos esto? Ante todo, porque es fácil. Con aquellos con quienes nos comunicamos frecuentemente tenemos contextos comunes, que ayudan, pero cuando hablamos con personas con las que tenemos menos contexto (como en cualquier texto escrito), o cuando hablamos de temas nuevos o poco comunes con las personas con las que convivimos, la maldición del conocimiento nos acompaña. No es fácil desaprender. No es fácil, y muchas veces no es posible, recordarnos cómo era nuestro estado no sabiendo ciertos datos, pero para comunicarnos bien es necesario hacer el esfuerzo de volver a ese estado.
Es por eso que muchas veces los CEO, o los líderes de cualquier tipo en cualquier circunstancia, tienen problemas al comunicar sus estrategias o sus ideas: dan por sentado que todas las personas en la empresa tienen las complejas construcciones mentales que el o ella tienen. Y no es así. Al no ser así, las otras personas “no entienden la canción” y le reducen interés, o se quedan sin entender.
¿Cómo lo podemos evitar? Volver a los básicos. Hablar con términos simples, concretos y de ser posible familiares. Pero sobre todo, debemos ser conscientes del problema al momento de querer conllevar mensajes a muchas personas.