Aeropuerto La Aurora: Subdesarrollo artificial

Hoy me topo con esta estupidez en el aeropuerto. Costó dinero, no apoya en nada (aunque puedan decir que tal vez seguridad), dificulta algo que no estaba mal. De tres carriles se pierde uno. Mi padre utiliza el término de “subdesarrollo artificial” para este tipo de casos en los que alguien piensa que algo es buena idea (es tan fácil trabajar en el gobierno, porque no hay consecuencias) y realiza disparates como este. Igual el aeropuerto por dentro: le han puesto letreros bonitos, y alguna que otra cosa de maquillaje, pero lo que funcionaba bien, ahora lo deshicieron. Antes, primero estaba migración, con buen espacio para hacer cola, y rara vez había problema. Luego seguridad, que suele tomar más tiempo, rara vez se congestionaba. Ahora hicieron al revés (desde hace un año tal vez) primero seguridad (que se hiper-congestiona) y ahora migración después, en ambas colas terribles. Habíamos dado el paso ya adelante de no hacer migración al país (se pueden utilizar los sistemas de las líneas aéreas), y ahora volvimos a hacerlo. Al aterrizar, lo mismo, antes ya no estaba esa tontera de rayos X para salir al aeropuerto, ahora hicieron una “donación” de máquinas de rayos X que hacen nuevamente cola al salir…alguien me dijo que estas cosas las hacen para que el aeropuerto se vuelva tan ineficiente que “invertir” en el o “venderlo” haga sentido…

 

La maldición del conocimiento

En ocasiones el problema de la comunicación no es que nos comuniquemos poco, es que nos comunicamos mal. Una razón común para comunicarnos mal, es la “maldición del conocimiento”, que es la incapacidad de no recordarnos cómo era nuestro estado al no saber lo que sabemos.

Comunicarnos bien en la empresa, comunicarnos bien en pareja, comunicarnos bien en equipo, comunicarnos bien como sociedad. Comunicarnos aquí, comunicarnos allá. Lo escuchamos todo el día. Y concordamos. Y lo intentamos. Es más, en muchas ocasiones, creemos que estamos haciendo un papel extraordinario para comunicarnos, pero no lo logramos. ¿Por qué?

Un experimento de Elizabeth Newton de la universidad de Stanford (experimento por el que ganó su Ph.D.) lo ilustra bien. Ella eligió al azar un grupo de personas, al que llamó “golpeadores”. A los “golpeadores” les dio una lista de canciones populares famosas, como el “cumpleaños feliz” y les pidió que golpearan el ritmo en una mesa: tap, tap, tap. Otro grupo, el de los “oyentes” iría a escuchar los golpes en la mesa, y su labor era adivinar la canción que estaba siendo golpeada en base al ritmo de los golpes.

Antes de que los golpeadores comenzaran su trabajo, Newton les pidió que predijeran las posibilidades de que los oyentes pudieran adivinar la canción, y los golpeadores predijeron que en promedio un 50% de los oyentes iba a adivinar las canciones.

120 experimentos después, ¿el resultado? solamente 3 personas adivinaron. Los golpeadores pensaron que iban a tener una taza de éxito de 1/2 y tuvieron una de 1/40. Es más, los golpeadores se frustraban: “¿cómo no la puedes adivinar? Es muy fácil!”.

Lo que sucedió en este caso es que los golpeadores sufrían de la maldición del conocimiento. Ellos ya sabían que canción estaban golpeando, y para ellos era muy obvio y fácil adivinar la canción. Ello no podían retroceder al estado en el cual no sabían cuál era la canción.

Este problema de comunicación nos sucede a todos: damos por sentado que las personas con las que hablamos tienen las mismas construcciones mentales que nosotros, y basamos nuestra comunicación en ordenar esas construcciones y esperamos que otros comprendan nuestra nueva construcción.

¿Por qué hacemos esto? Ante todo, porque es fácil. Con aquellos con quienes nos comunicamos frecuentemente tenemos contextos comunes, que ayudan, pero cuando hablamos con personas con las que tenemos menos contexto (como en cualquier texto escrito), o cuando hablamos de temas nuevos o poco comunes con las personas con las que convivimos, la maldición del conocimiento nos acompaña. No es fácil desaprender. No es fácil, y muchas veces no es posible, recordarnos cómo era nuestro estado no sabiendo ciertos datos, pero para comunicarnos bien es necesario hacer el esfuerzo de volver a ese estado.

Es por eso que muchas veces los CEO, o los líderes de cualquier tipo en cualquier circunstancia, tienen problemas al comunicar sus estrategias o sus ideas: dan por sentado que todas las personas en la empresa tienen las complejas construcciones mentales que el o ella tienen. Y no es así. Al no ser así, las otras personas “no entienden la canción” y le reducen interés, o se quedan sin entender.

¿Cómo lo podemos evitar? Volver a los básicos. Hablar con términos simples, concretos y de ser posible familiares. Pero sobre todo, debemos ser conscientes del problema al momento de querer conllevar mensajes a muchas personas.

A mis 90 años, cuáles de los libros que leo valdrían la pena?

Estaba pensando que muchos de los libros que leo en la actualidad, y que reflejan mis intereses,  tienen sentido en el momento actual : cómo manejar mejor el tiempo, cómo concentrarme mejor, como trabajar fuerte e inteligente, cómo ejercer cambios positivos, cómo motivar a las personas, cómo tener más paz, cómo lograr los objetivos, cómo encontrarle objetivo a la vida, al día día etc.

Cuándo sea viejito, estos no tendrán sentido. Digamos, si me toca vivir a mis noventa años, cuando este por esas alturas, aunque pienso estar trabajado, estoy claro que mis niveles de energía y de capacidades estarán hasta cierto punto disminuidos, especialmente si los comparo con los niveles de hoy. A mis noventa años, el manejar mejor el tiempo, el concentrarme mejor y temas “hacia adentro” serán relevantes, pero poco. Temas como trabajo inteligente, objetivos, y liderazgo, serán harto irrelevantes. A mis noventa, ¿a quién querré dirigir? ¿qué objetivos “a largo plazo” tendré? En todo caso, en ese tiempo puede que esté interesado en mi legado, pero en todo caso, ese estará ya construido, o no.

Seguramente tópicos como “el más allá” serán más importante. O libros religiosos que le darán un sentido más adecuado a mi cerebro anciano. No sé, me pregunto esto pensando en lo siguiente: si muchos de los temas que ahora son importantes, no lo serán en 40 años, ¿eso hace que no sean importantes? ¿cómo es la “gradualidad” que los hará menos importantes? Sin duda que un libro de una vida plena tendrá más impacto a los 20 que a los 30, y a los 30 que a los 50. ¿Pero un libro del “por qué” de la vida?

En todo caso, lo que me quedo con este pensamiento, es que es importante hoy, ahorita, que puedo leer, que puedo aplicar lo que leo, que puedo aprender, que tengo energías para hacer cambios positivos. Tic, tac, tic, tac…a aprovechar el tiempo, carpe diem.