Bye, Bye, 1Password

Desde hace década y media me muevo en el mundo de los servicios. Esta industria me ha enseñado la necesidad de entender los modelos de negocio y las oportunidades desde su incepción: si no hay clientes que paguen bien, no importa que tan bueno sea el servicio, el negocio no prosperará. Por eso, a los clientes “de siempre” hay que tratarlos muy bien.

Menciono esto porque entiendo cuando marcas y productos como 1password realizan el movimiento de licencias perpetuas a modelos SaaS (Software as a Service). Lo que no aprecio, es que obliguen a sus clientes “de siempre” a moverse a este modelo sin siquiera preguntar.

Uso 1password hace al menos doce años. Me encanta. Hace un tiempo se movieron a SaaS, pero mantuvieron las versiones anteriores. Hace unos meses, la compatibilidad dejó de funcionar en Chrome. Lo que más me gustaba de 1password es que auto-rellena todas mis contraseñas y me genera nuevas, tanto en mac como en iOS.

Ahora, KeyChain de Apple ya maduró al punto de hacer lo que más valoro de 1passowrd. Hoy me puse a buscar la manera más fácil de hacerlo (ver este thread) y en media hora tenía todo migrado. A ver cómo me va.

La verdad, el precio de la subscripción de 1password no es malo. Mi razón de querer moverme fue la falta de interés, el mensaje “te mueves o te vas”…pues me voy.

20 años de Trovajazz

Hace exactamente 10 años publicaba este post celebrando los 10 años de Trovajazz. Y terminaba el post diciendo que ojalá estuviéramos para la celebración de los 20.

Y el tiempo, con su constante, rítmico e inflexible ritmo, nos trajo a ese momento. En esos diez años muchas cosas han pasado. Muchos se nos han ido, y muchos se nos han unido.

En una velada muy especial, celebramos -literal y metafóricamente- en familia.

Gracias Rony, Sergei, Erick, Ronito, Negro, David, Abuelo, Tío Jorge, Tía Clara, Papa, y un gran etcétera por estos 20 años. ¡GRACIAS!

En sus primeros años, Trovajazz me vio, sin miedo a exagerar, por lo menos una vez a la semana. Muchas madrugadas. Más de 500 noches. En sus segundos, y tampoco sin miedo a exagerar, me habrá visto 19 días. Así que, al son de Sabina, celebrando las 19 y 500 de Trovajazz.

¡¡Ojalá celebremos los 30!! ¡Salud!

Que la guerra no me sea indiferente

“Sólo le pido a Dios, que la Guerra no me sea indiferente” reza la conocida canción de León Gieco. Una letra linda para cantar en tiempos de paz, en los bares de nuestros corazones (mhm Trovajazz), o para música de fondo en una conversación entre amigos. Una letra poética para una situación trágica, dolorosa y profunda.

Los libros nos llevan a lugares y a perspectivas que no conocemos, nos dan un pincelazo, y luego la dejan como parte de nuestro criterio y pensamiento. Hace algún tiempo leía “The World of Yesterday” de Stefan Zweig (lo recomiendo a cualquiera interesado en la historia europea del siglo XXI), y me gustó porque da la perspectiva de un Vienés, viviendo una de las mejores épocas de la humanidad, en uno de los mejores lugares para disfrutarlo. En algún lado del libro, menciona a Miklós Banffy, un escritor húngaro que de otra manera nunca hubiese conocido. Buscando obras de Banffy me topé con la Trilogía Transilvania (link aquí) donde relata la per-guerra, a modo de romance —recordándome un poco a la trilogía de Ken Follet (Caída de los Gigantes, Invierno del Mundo y El umbral de la eternidad) — que no sólo me resultó un deleite de leer, sino que también me dio una perspectiva con un sesgo diferente de la guerra.

Banffy es húngaro, y escribe todo desde el punto de vista de un aquinense (oriundo de Budapest). La trilogía describe muy bien la alta sociedad húngara, su relación amor-odio con Austria, su “europeísmo” a tope, y una civilización en la cúspide de su desarrollo. Los diálogos van sobre la fuerza de la poesía de este, o del otro; las capacidades teatrales de este o aquel artista, las maravillas de este y aquel compositor. Los problemas eran “elevados”. Las preocupaciones del día a día solventadas (algo que aun nos falta en Latinoamérica). Hasta cierto punto, una vida feliz y tranquila.

Una Europa sin guerras por décadas, pero con corrientes fuertes bajo una aparente calma. Un polvorín de tratados, ideados para evitar futuras guerras, a la espera de un fosforazo que encendiera el fuego, chispa que llego de las manos de Gavrilo Princip.

Desde la era Trump me veo con preocupación el mundo de hoy al compararlo con la primera década del siglo pasado. Una época económicamente pujante, adelantos tecnológicos por muchas esquinas, preocupaciones cada vez más mundanas, y un mundo “civilizado” que ve la guerra como algo del pasado. Tal vez nuestras preocupaciones sean diferentes: las redes sociales, igualdades en varios frentes, lenguajes inclusivos, etc., pero preocupaciones “elevadas”. Los tratados de paz entre países funcionando, un mundo con décadas sin guerras reales y una aparente tranquilidad. Las corrientes han ido emergiendo: países hiper-divididos en derecha vs izquierda, pro-vida vs pro-aborto, renovadas disputas religiosas, etc. Vemos en el Globo entero elecciones definidas por porcentajes ínfimos (USA, Perú, España, Austria, Francia), “izquierdas” y “derechas” exacerbadas y polarizadas, la Biblia en los discursos, nacionalismos restablecidos y transformados (MAGA), y una serie de ingredientes que “llaman” a la guerra.

Y la guerra comenzó. Rusia creyendo que puede hacer lo que quiera con sus ex-repúblicas, añorando tiempos pasados en lo que era una potencia (hoy tiene un PIB menor al de Texas), pero con cierta legitimidad en lo que pide. La manera horrible. Pero, al igual que con los Panzers invadiendo Polonia hace 60 años, vistos por occidente como una anomalía: “nada más va a pasar” decían, pero pasó. Conozco personas y equipos cercanos que están ahí en cielo ukraniano peleando por su libertado. Pido por ellos. La guerra tiene nombres y apellidos, y la mayoría de los combatientes no quisieran estar ahí.

Toda mi simpatía y oraciones con los hermanos ucranianos, pero también con todos. Son momentos definitorios, y ojalá las derivaciones de esta invasión rusa queden en eso: unas semanas crueles en Ucrania. Pero no nos engañemos. Estamos sentados en un polvorín y sólo hace falta una chispa que reviente, y Putín tiene un encendedor un galón de gas en sus manos. Que la guerra no nos sea indiferente, “es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”…

Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los tuyos esperamos.

Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los tuyos esperamos. Memento Mori. “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” (Génesis, dicho por Dios directamente). Huesos. Calaveras. Silencio. ¿Descanso? ¿Paz? ¿Destino? Muerte. Camino. Transición. Estas sensaciones me da la capilla de los huesos en la Iglesia de San Francisco en Évora.

Recordar de modo recurrente la realidad de la muerte nos pone en contexto. La entendamos o no, la queramos o no, la meditemos o no, creamos en ella o no, es inevitable nuestro paso por ella. Así como en la foto, algún día -no muy lejano- mis huesos se unirán a esa colección. Aquellos cuyos huesos veo aquí realmente me esperan. Estaré más con ellos mas tiempo de lo que he estado sin ellos.

Mis logros, mis sueños, mis dolores y preocupaciones, mis ilusiones, desencantos. Mis generosidades y egoísmos. Mis deseos de paz y de poder. Mis secretos y mis logros. Todo, absolutamente todo, quedará ahí. Unos huesos, tal vez unos recuerdos, y alguna que otra obra quedarán unos años más. Pero no tantos.

Cuando veo una bebé me cuesta comprender que ella está emprendiendo este camino. Que lo estamos haciendo juntos. Y que más temprano que tarde estaremos reunidos ahí, en ese osario.

Viene a mi memoria el famoso pale blue dot de Carl Sagan. Todo lo qué pasó, pasa y pase en esta realidad está confinado a ese pequeño espacio y tiempo. Pronto ya no será. Pronto no habrá ni humanos para recordar.

Pero esa realidad es vida. Aunque es volátil, pasajera, mutable, efímera, y perecedera, es lo único que tenemos. Este momento. Este instante. Esta colección sucesiva de segundos que nos conducen al instante final. Esto es lo que hay. Y en ese todo hay una hermosa paradoja. Es poco, pero es mucho. Es vasto. Tiene un significado si se lo queremos dar.

Al Cielo se van los que fueron felices, me dijo una vez un sacerdote amigo. Con independencia de la fe de cada uno, veo ahí el secreto. Y no es esa felicidad o alegría transitoria o pasajera, sino aquella más profunda, más estable, más rústica, más sencilla. Esa que lleva a aceptar que un día seré uno de esos huesos. Que no importa a que niveles de “grandeza” o de “normalidad” llegue, igual estaré juntándome a esos huesos que me esperan. Esa felicidad que se desprende al encontrar y aceptar la dualidad que tengo de ser único y uno más. De saberme Luis, de saberme frágilmente humano. Esa felicidad que empuja a ayudar. Que saborea un parque silencioso, una ciudad ruidosa, un bebé viendo sus dedos, y un avión despegando.

Esa aceptación ayuda con los miedos. Si el peor miedo es morir, el reconocer que es una realidad inevitable me lleva ahí. Si el peor miedo es vivir mal, el someterse a la realidad que en unas cuantas décadas -o quizá días, o horas- esto terminó. Y todos los mini miedos intermedios. Ellos también son transitorios.

La anécdota dice que dentro nuestro hay dos lobos, uno bueno y uno malo. Sobrevive al que le demos de comer. Démosle alimento a ese lobo joven y viejo que acepta que es lobo -fuerte, voraz, ágil- pero que dejará sus huesos en la nieve.

¿Pro-Economía o Pro-Encierro?

¿Real-Barca? ¿Derecha o Izquierda? ¿Demócrata o Republicano? ¿Pobres o Ricos? ¿Pro-aborto o Pro-Vida? ¿Cristiano católico o evangélico? ¿Musulmán o judío? ¿Religioso o Ateo? ¿Conservador o Liberal? ¿Feminista o Machista? ¿Austriaco o Keynesiano? ¿Taiwan o China? ¿PC o Mac? ¿Realista o republicano? ¿Rojo o Fascista? Todas estas preguntas no aceptan puntos medios. Las personas decidimos nuestro bando, y en ese preciso momento, se crean los del otro bando, el bando de los equivocados.

Tener creencias y posturas es importante. Sin ellas nos convertimos en veletas que cambian de postura con cada cambio de viento (qué es una postura en sí misma). Estar claros en lo que creemos, para actuar en consecuencia, está en la columna vertebral de nuestro carácter. El problema es que las posturas nos dividen. Desde cosas aparentemente mundanas, como los equipos de futbol, hasta trascendentales como nuestras creencias religiosas.

El coronavirus nos brinda un práctico ejemplo. En enero del 2020 nadie se interesaba en lo más mínimo en epidemiología o anatomía de un virus. En marzo se “graduaron” muchos en estas ciencias, y ya por abril la mayoría tenía un “máster por madurez” en epidemiología “dominando” a detalle las mejores estrategias para contrarrestar un virus. El 99% de personas en la calle ya tiene una postura clara, dura, inmutable y “razonada” en cuanto a ser “pro abrir economía” vs “pro-defender salud y vida”. Aun nadie le he escuchado “no sé” o “creo que lo mejor es x, pero no soy experto en el tema”.

En sólo unas semanas, alguien es “un imbécil” por querer abrir economías, o por querer mantenerla cerradas. Depende a quién le preguntes.

Y me parece un ejemplo genial de un problema social —quizá antropológico— que me asusta: nuestra necesidad de encontrar bandos para poder increpar, ridiculizar, e insultar a otros. Estamos hablando de algo que hace unas semanas a nadie le interesaba, que ni hipotéticamente hubiera encendido una conversación sin tornarla aburrida, y que hoy arde en redes sociales y conversaciones de todo nivel. Por leer 5 tweets, dos posts de Facebook, 3 artículos de periódico, y con mucha suerte un libro, somos expertos, y nos sentimos dueños de una verdad que los otros ignoran, y más que eso, nos sentimos con el deber de adoctrinar a los otros con nuestra recién adquirida verdad. Y los que no se conviertan son unos grandes tarados.

Lo más irónico, es que ni los verdaderos expertos —los que han dedicado su vida a la epidemiología, virología, biologías y al desarrollo de políticas sanitarias— lo tienen claro, pero nosotros sí. Nosotros, expertos de internet sí tenemos la solución, y ¡que lástima que no nos hagan caso! Nosotros estamos seguros, que digo, segurísimos, que cerrar el país más tiempo causará más daño que no hacerlo. O tal vez nuestro bando es el que está persuadido y convencido de que abrir la economía es un suicidio colectivo en este momento.

Mi reflexión es la siguiente: busquemos los puntos intermedios. Cambiemos el paradigma de especializarnos en encontrar nuestras diferencias y comencemos a reconocer nuestras similitudes. ¿Messi o Cristiano? “Ahh, a los dos nos gusta el futbol” es lo que busco, en vez del “¿estás loco, Messi es 15 veces mejor…..” (cuando claramente Cristiano lo es 😉 ). El tiempo, la energía y el CPU que se nos va tratando de probar el error del otro, lo perdemos ambos en encontrar una solución, que en la mayoría de los casos nos conviene a ambos, y que los dos buscamos a nuestra manera, y de la cual somos parte.

Sí, busquemos los grises. Especialmente en los temas en los que no tenemos la verdad absoluta (ehem…¡en todos!). En vez de buscar y amplificar aquello que nos distancia y disminuir e ignorar lo que nos une, busquemos cómo podemos ayudarnos. Ni tú ni yo somos tontos. Cada uno elige su bando porque en su visión es lo mejor, pero con mucha frecuencia aceptamos ciegamente los postulados. Revisemos eso. Encontremos la humildad de no estar en lo cierto. Casi nunca lo estamos. Los dos buscamos lo mismo. Busquemos empatía, ponernos en la posición del otro, no para ver cómo le atacamos mejor, sino para intentar entenderlo.

¿Tú crees que el que defiende los encierros y cuarentenas le gusta estar encerrado? ¿O tú crees que el que defiende que salgamos a trabajar no le da miedo enfermarse? A ambos les importa mejorar su economía y mantener su salud. ¿Por qué no comenzamos de ahí?

Barnes and Noble Cierra (¿temporalmente?) 500 tiendas

Barnes & Noble cierra las puertas de 500 de sus instalaciones. Esta noticia me dejó un poco nostálgico, por varias razones. Una, B&N fue en algún momento cliente, y la otra -quizás la mas profunda- es la añoranza y los recuerdos de los buenos momentos que pasé en los pasillos, anaqueles y cafés de esta cadena, o de su eterna competencia Borders. Igual de triste me sentí cuando Borders quebró hace casi 10 años. Recuerdo mucho la de la 59th street y 5th avenue en Manhattan.

Siempre me he preferido lo “no de cadena”, y una de las pocas excepciones fueron las grandes vendedoras de libros norteamericanas. Desde adolescente cuando tenía la oportunidad de viajar al país del norte, de las cosas que mas disfrutaba era perderme en los enormes edificios con múltiples pisos y millares de ejemplares. Poder leerlos, poder ver qué había de nuevo, poder estar ahí horas sin que nadie me inquietara, tomando un buen café. Aquella época pre-Amazon, pre-reviews en línea. Tenía su magia.

Aunque leo ya más libros digitales, aun tengo ese gusto secreto de leer un libro en papel del rayarlo, de apuntar en él. Noticias como estas reflejan el cambio de era. Tal vez mis hijos no sabrán qué es ese gusto por el papel que los de mi generación tuvimos.

Las escalas de valores para decisiones importantes

Las analogías, los modelos y los métodos, son simplificaciones. Hay herramientas para cada caso, y es un arte aprender a utilizar cada utensilio para su mejor uso. Es mejor utilizar una escopeta para cazar aves, pero no para matar un mosquito. Y también hay niveles que son más críticos que otros. Hay decisiones que son triviales y no deben quitarte mucho tiempo, cómo qué comerás hoy, o qué camino tomarás a casa. Hay otras que tienen consecuencias de por vida, y es mejor que se las piense más.

Las técnicas, los métodos, al final son recetas: dadas estas circunstancias, debes hacer esto y aquello para lograr el resultado que quieras. Seguir estas recetas en muchas ocasiones es sensato. Si quieres mejorar tu resistencia física, hay maneras de hacerlo, y no deberías complicarte, ya que hay mucha gente que lo ha hecho antes que tu. Pero cambiar de trabajo, o comenzar una carrera nueva, por ejemplo, no son decisiones triviales, y no hay receta que te de la solución a ellas.

Suena trillado, hasta de más, pero es necesario aprender a escucharte. A descubrir qué es lo que quieres, a encontrar la claridad que a veces se escapa. Porque hay circunstancias, y generalmente son las más importantes, en las que no habrá receta que nos funcione. Tendremos que tomar una decisión basado en nuestra intuición, en nuestra inteligencia emocional.

Y es, para esos momentos claves, que una moral, una escala de valores es imprescindible. Las decisiones difíciles, suelen serlo, porque involucran un costo de oportunidad, una renuncia. El hacer A quiere decir que dejarás de hacer B.  Y renunciar a algo siempre es complicado, aunque ese algo sea tan sólo una proyección. ¿A qué debes renunciar? A lo que esté menos apegado a tu escala de valores. En los momentos de duda, es dónde debes comparar la duda que tienes con la escala que elegiste como la más importante de tu vida. Es increíble lo que ayuda a tomar decisiones claras y sin culpa. Pero para eso, es menester que antes de la duda esté la escala de valores. No pueden surgir juntas. Puede modificarse al mismo tiempo, pero debe de existir de antemano.

Y para que existe tuviste que haber pensado en ella. ¿Cuáles son tus valores? ¿Qué es lo más importante de tu vida? Anótalo, y destílalo. Será importante a la hora de tomar decisiones.

 

Claridad y significado

No podemos predecir el futuro. Es vano intentarlo. Pero podemos ayudar a inventarlo. Para inventarlo es necesario saber qué quieres. El oráculo de Delfos decía que el secreto era conocerte a ti mismo. Pero está incompleto, el secreto es conocerse a uno mismo para saber qué es lo que se desea, qué rumbo se desea caminar.

El vivir una vida significativa y plena depende de uno. Y es responsabilidad de uno. Entonces, darle significado a la vida también depende de uno. Y no es fácil. Requiere de horas de introspección, y de un con consistente proceso de prueba y error.

Algunos tienen la suerte de encontrar la claridad en el camino temprano. A otros nos cuesta tiempo y esfuerzo. Pero merece la pena ser persistente. Merece la pena definir qué es lo que quiero. Y lo que quiero es es algo que no suele ser complicado, ni mucho. Generalmente puede definirse en una frase, pero esa frase puede darle sentido a nuestra vida.

Por otro lado, sin importar que tan claro tengas el qué,  y el por qué, el cómo es algo que irás aprendiendo a conocer en el camino. Es como conducir un auto a una ciudad lejana. Sabes a dónde quieres ir, sabes por qué quieres ir allá, y tienes una idea a grandes rasgos de cómo. Sin embargo, no puedes predecir si lloverá, si habrá tráfico, si habrán accidentes, si se hará de noche antes de lo que anticipabas, si el auto necesitará gas y hay cola en la gasolinera, etc. El cómo irá apareciendo, pero si tienes el qué y el por qué, se hará más fácil. La claridad del cómo es importante, pero la realmente importante e la del qué y del por qué.

¿Tienes claridad en tu propósito?