Una buena manera de frustar una vida es ponerle propósitos. ALTO, no estoy diciendo que una vida carente de propósitos valga la pena, estoy diciendo que hay una lista muy elástica de propósitos que las personas se imponen que nunca llegan a cumplirse. De hecho, una vida con uno o dos propósitos es una vida muy sana, muy vivible. Pero una vida con 30 propósitos llena de culpa. Porque si los propósitos se cumplieran probablemente perderían su magia, su excusa. Porque miro a la gente (y me miro a mí) aun fumando, aun comiendo mal, aun sin ejercitarse. Sigo viendo a las personas viendo TV, levantándose tarde, bañándose con agua caliente, con carros desordenados, con llamadas por hacer. Si quieres frustar una vida: ponle propósitos de este tipo. Llenarás a alguien de culpa, y con el tiempo verás que cada semana, mes, año, los benditos propósitos vuelven, y vuelven igual.
Vergüenza
La vergüenza es algo que te enseñan en casa. No sé por qué, tal vez por esas burlas inocentes que te hacían cuando eras niño. O tal vez algún problema de autoestima de tus padres que se te hereda, que aprendes. No lo sé, no tengo intensiones de dilucidar sobre los orígenes psicológicos de la vergüenza, si es que los hay. Debo aclarar que no creo en la gran mayoría de teorías (que realmente son hipótesis) que la pseudo ciencia de la psicología postula.
Pero el hecho es que siento vergüenza a veces. No sé por qué, pero la siento. Lo más gracioso, es que por algún lado te proponen, te enseñan que la vergüenza es mala. A veces la relaciono con un miedo, pero tal vez será el más sin sentido de los miedos. ¿Qué es la vergüenza? ¿Quiero quitarla? La vergüenza más extraña que experimento, es aquella a hablarle a la gente.
Esfuerzo sin esfuerzo
Una de las paradojas mas extrañas que conozco es la del esfuerzo. A todos se nos enseña, aun no sé si es cierto, que el esfuerzo lleva a recompensas. Sabemos que si añadimos esfuerzo a nuestras labores, seremos recompensados. Incluso se nos vende un poco a idea de que con esfuerzo podremos llegar a ser felices.
Entonces, sí sabemos que el esfuerzo conlleva recompensas, ¿por qué cuesta tanto? A mí me cuesta enfocarme en las cosas que hago, me cuesta enfocarme en lo que quiero. Lo confieso. Hay días que no requiero “esfuerzo” para lograr esos enfoques, pero son los menos. ¿Qué debo hacer, para lograr ese enfoque sin “esfuerzo”?Finalmente, para llegar al punto de la paradoja, ¿Cómo me esfuerzo sin “esfuerzo”? Sí, esa es mi pregunta. Porque conozco las posibles recompensas del esfuerzo, y conozco las consecuencias de no esforzarme, sé que conviene esforzarme. Entonces ¿por qué me cuesta? ¿Por qué cuesta esforzarse, aún estando a la luz de nuestra inteligencia las ventajas de ello?
Mentiras
No hablo en este momento de las mentiras grotescas y grandes que cambian historias, que cambian vidas. Tampoco de aquellas premeditadas, que tienen algún gusto. Ni de las intencionadas para evitar problemas. Me refiero a las mentiras estúpidas que a todos con una alarmante frecuencia nos gusta decir. Esas mentiras que a veces se escapan, pero que no conllevan beneficio para el que las dice. Esas mentiras que existen simplemente por qué si. ¿Por qué nos gusta mentir? La hora de ir al supermercado, cuánto nos falta para llegar, si tuvimos un buen día, si hicimos x o y cosa. Tal vez un día haga una bitácora de las mentiras que digo diarias. ¿Serán tantas como las verdades?
Lo gracioso de las mentiras, es que nos damos cuenta que las decimos. No se nos pasan desapercibidas. Usamos inteligencia y creatividad para maquilarlas, para darle forma y vida. A diferencia de la verdad, que a veces nos da forma y vida a nosotros. ¿Es tan difícil ser cien por cien sinceros? ¿Es conveniente? Puede ser tal vez un condicionamiento que la educación nos impone. No lo sé.
Compromiso y responsabilidad
Compromisos. Por alguna razón los compromisos, la responsabilidad, y demás palabras grandes, son tan importantes (hablando de palabras grandes) en la vida de hoy. La gente vive su vida para cumplir compromisos con otros. Ea! Que quede claro que yo soy amante de los compromisos, y del castigo y compensación cuando no se cumplen. A los que me refiero ahora son a los compromisos “adquiridos”. Esos compromisos que yo no elegí.
El compromiso a la familia, a la patria, a Dios, a los hermanos. El compromiso a ser puntual, el compromiso a pagar impuestos, el compromiso a ser bueno, el compromiso a que la gente hable bien de mí, el compromiso a dar la talla de lo esperado. Claro, yo estoy comprometido a muchas de esas cosas, pero YO lo elegí. Amo a Dios, y me comprometo con Él, pero fue mi elección.
Lo más irónico es que nadie se pone a preguntar sobre sus compromisos y responsabilidades. Por qué?
Las identidades trigonométricas y la vida
Recuerdo perfectamente cuando estuve estudiando identidades trigonométricas en el colegio. En esa época mi relación con la matemática era más de amor que de odio, pero lo que más me enojaba era no entender los procedimientos. Más que no entender, porque las notas las sacaba, era no entender para qué servía, por qué servía. Una tarde en mi escritorio estaba dándole vueltas y vueltas a las benditas identidades, y las sencillas me salían. Más por prueba y error que por realmente comprenderlas. Hasta que me topé con una que no me salía. Me enojé, estaba ansioso. Pero seguí dándole vueltas, hasta que repentinamente lo “entendí”. El famoso Eureka. Desde aquel momento entendí todas las identidades trigonométricas, ya no había ninguna que me fuese imposible, porque había “entendido”. Y ese conocimiento, mejor dicho ese “entendimiento” ya no se me pudo olvidar. En ese día pasaron dos cosas: “entendí” las identidades trigonométricas, y me comenzó a encantar la matemática.
Hoy me pregunto. Así como antes conocía la teoría de las identidades trigonométricas pero no las entendía, hasta que ese rayito de luz me cayó en la cabeza; así pasa con mi vida, conozco la teoría, pero posiblemente no la “entiendo”. ¿Podré llegar a “entender” la vida? ¿Cuándo pasará ese momento en el que algo sucede que me hace entenderla, y al mismo tiempo amarla más?
Sentido de urgencia
Durante años de su vida, nunca sintió el sentido de urgencia. Ahora era parte infalible de él. Entendió un día, no se acuerda bien cuándo ni por qué, que el mundo pasa, que la vida camina y que no pregunta. Siempre estuvo esperando esa llamada, ese tiro al aire que le indicara que la carrera había comenzado. Pero no siempre se nos habla así. La carrera comenzó hace mucho, desde que se comienza a existir, en algunos casos incluso antes.
Pero ahora comprendía que tenía que hacer las cosas. Recordaba constantemente el consejo del gato a Alicia “…pero si caminas lo suficiente llegarás a algún lado”. Sabía que no había encontrado esa razón mayor por la cual debía vivir, pero sabía que no podía esperarla más. Alguien le dijo “bienaventurados los que no esperan” y comprendió la frase a la perfección.
No hacer nada era abominable para él. Pero era más aterrador hacer cosas que no servían, cosas que no le daban algo. Sí algo, dinero, experiencia, nombre, lo que fuera. Estaba harto de estar haciendo las cosas por qué sí. Ahora tenía metas pequeñas, tal vez no las más nobles que podía proponerse como humano, pero metas al fin.
Comprendió que había cosas que le hacían mal. Más que a su cuerpo, a su alma. Y se alejó de esas cosas. No quiso verlas nunca más. Comenzó a sentir que tenía el control, que las cosas dependían de él. Y las luces comenzaron a encenderse.
Se dio cuenta que tenía una vida, una y sólo una, diría un matemático. Cada cosa que optaba por hacer significaba que dejaba de hacer otras cosas. De modo que la decisión fue siempre difícil. Todo era prueba y error, pero cada prueba era costosa, de modo que había que escoger bien las pruebas.
Se vio como alguien de éxito, y para allá apuntó. Sí, podemos decir que nuestro amigo se convirtió en alguien exitoso, que rompió los lazos que le ataban y le unían a la tierra, que le volvían lodo. Comenzó a volar, a explorar. Ya sus pruebas eran cada vez más costosas, pero cada prueba ganada era más lo que ganaba. Era un sabor dulce aquel.
Grande es el hombre
Grande es aquel hombre que se posee, que es dueño de su mente y de sus pensamientos, que logra dirigir las acciones para que estén de acuerdo a sus pensamientos. Grande es aquel que se desprende de sí mismo para darse por completo, para lograr los imposibles. Grande es aquel que comprende que el crecimiento personal pasar por pequeños pasos, que el ser mejor se basa en ladrillos sobre ladrillos y que no hay manera de subir sin tener algo donde poner los pies. Grande es aquel que se disciplina a sí mismo, que elige sabiamente su rumbo y hacia el enfila todas sus acciones, sin importar que deba sacrificar para ello. Grande es el hombre que cree en sí mismo, que no se engaña creyendo, que cree sin límites, sin miedos. Grande es aquel para el cual sus metas no son sueños, son lugares a los que ha de llegar. Grande es aquel hombre que comprende el amor. Grande es el que ama sin pedir nada, el que ama sabiendo que es lo mejor. Grande es aquel hombre que también se ama, y fruto de ello reparte amor. Grande es el hombre que huye despavorido de la mediocridad. Grande es aquel que se guía por su razón, que ignora los embates del frío mundo para calentar su realidad. Grande es aquel que sueña y hace. Grande es aquel que duerme todos los días tranquilo y que le entrega su ser total a cada día, a cada cosa que hace. Grande es aquel que no se amaina ante sus propios caprichos, sino que los doma, domina y convierte en virtudes. Grande es aquel que es sincero consigo mismo, que se conoce. Grande es el hombre que debo ser.