Caminaba por las calles de la ciudad esta en la que no se puede, ni se debe caminar. El día en sus últimas respiros se ahogaba en el mar del tiempo al que todo, menos lo he eterno, ha de sucumbir. Un hombre sentado en un café llamó mi atención. Escribía afanosamente y se apreciaba de lejos esa energía azul de aquellos que escriben. Era un hombre que a mis años llamo algo mayor, tampoco tan viejo. Al cabo de un rato interrumpió su tarea, recostó su espalda sobre la silla, dio un gran suspiro y alcanzó su cajetilla de cigarrillos. La tomó y comenzó a voltear, cuando encontró mi mirada y se acercó a pedirme fuego. Intercambiamos un par de palabras y me invitó a acompañarle un rato.
Le pregunté sobre qué escribía y me contó que eran planes y proyectos que tenía para su vida. Era una persona agradable, y sin duda muy inteligente, un rato de charla me hizo tenerlo en cuenta. Sentía una sensación de curiosidad, extrañeza e incluso un poco de asombro. ¿Aquel hombre mayor tenía tantos sueños? No es que la edad imponga como precio el decrecer de los sueños proyectos, pero son pocos aquellos que tienen ese ímpetu y deseos en su vida, pasados algunos años.
Me contó, pidiendo que no los revelara, algunos de sus proyectos. Si me contó sólo algunos, realmente debe tener varios cientos porque estuvimos hablando varias horas. Comenzó con sus anhelos de cambiar el mundo y su patria. Quería hacer un nuevo partido político, ideado de tal manera que sus integrantes fuesen personas coherentes y honestas, con un plan de campaña realmente sorprendente y con el cual iba a llegar a presidente. Mientras hablaba, decía a mis adentros que el plan era realmente ingenioso y que tenía muchas posibilidades de éxito.
Pasó luego a contarme los proyectos que tenía como escritor. Tenía un cartapacio muy grande, con algunas hojas ya oxidadas y muchas nuevas. Me mostró las ideas que tenía para sus novelas, para sus cuentos y para sus poesías. Me asombraba la creatividad y el ingenio que tenía aquel hombre. No quiso terminar de mostrarme los bocetos porque comenzó a hablarme de los planes de viajes que tenía. Quería conocer cada rincón de su América, cada esquina hipnotizante de Europa, los safaris de África, darle una vuelta completa a Australia, ver la Aurora Boreal en ambos polos. Tenía varios libros de viajes y algunos mapas en los que estaban pintadas muchas rutas. Pensé que eran las rutas que ya había recorrido pero cuando terminaba el tercer cigarro me contó que eran las rutas que deseaba hacer.
Pasó a contarme que, aunque nunca terminó la universidad, había aprendido mucho ahí y tenía muchas ideas de proyectos que significarían cierto avance en la tecnología. Sacó unos planos muy bonitos de circuitos, que se miraban un poco viejos, pero sin duda muy elaborados. Durante un instante un rayo de tristeza invadió su rostro y le pregunté si todo estaba bien. Me comenzó a contar que el plano que tenía en la manos pudo haberlo hecho rico, y darle mucho reconocimiento, pero que hacía unos 25 años alguien tuvo la misma idea que él, convirtiéndose en rico y famoso. Según cuenta, el había desarrollado la misma idea un par de años antes, pero por falta de tiempo y recursos no había podido darle forma ni publicarla.
Pero la tristeza le duro poco. Momentos después guardaba los diagramas que tenía y comenzó a mostrarme algunas partituras. No tocaba muy bien ningún instrumento pero se había comprometido a ese año aprender muy bien la guitarra. También se había metido a clases de solfa y estaba seguro de ser un músico decente pasados algunos meses. Tenía ya algunas melodías que nunca había podido tocar y no sabía si sonaban bien, pero tenía la corazonada de que sí.
Dejando las partituras en la mesa me mostró algunas fotografías. Había comprado su cámara y hecho experimentos el mismo, y estaba buscando un buen fotógrafo que le instruyera. Las fotos no estaban mal, y se miraba que el hombre tenía talento.
Mientras apagaba su cigarrillo a medias, comenzó a guardar sus cosas. Me dijo que ya se tenía que ir porque al día siguiente comenzaba con sus clases de francés. Deseaba aprender la lengua gala para poder atender a una maestría en Francia con la que iba a formar una gran empresa. A todo esto la noche era ya toda una señora, el calendario había dado una vuelta más a su contador y el sueño me invadía a mí. Nos despedimos y el asunto quedó en mi olvido.
Un par de años después, en la misma calle y en el mismo café vi a aquel hombre. Hace mucho que ya no circulaba en mi memoria y me tomó algún tiempo reconocerlo cuando me saludó. Haciendo algún esfuerzo, vino a mi mente toda la conversación que tuvo lugar un par de años antes. Le pregunté sobre las clases de francés y me comentó que ya sabía un poco, pero que la maestría en Francia no le convenció, el francés tampoco, y que estaba aprendiendo alemán. La curiosidad me instó a preguntarle sobre sus últimas composiciones musicales y sus avances en la guitarra. Me dijo que el solfa no era para él y que le pareció mucho más interesante el saxofón que la guitarra, de manera que había dejado las clases de guitarra y tomaba ahora las clases de saxofón.
Luego de sentarnos me comentó que había cambiado su proyecto político. Me mostró unas cuantas hojas y me pidió que las leyera. He de reconocer que aquellas ideas eran mucho más afinadas que las anteriores y en muchos aspectos más acertadas. Si su plan tomaba forma, seguramente estaba hablando con el futuro presidente. Pero la desolación había entrado ya en mí. Aquel hombre nunca sería presidente, no porque ese plan estuviese mal, sino porque nunca iba a nacer. Probablemente nadie más lo conocía. Comprendí tampoco que nunca iba a ser un gran compositor, ni un un gran ejecutor de guitarra, que no aprendería bien alguna otra lengua o que aquellas fotografías que me mostró la otra vez iban a ser sus únicas obras fotográficas.
Al paso de unos minutos me comenzó a describir sus nuevos proyectos y sus nuevos anhelos. Pero mi mente ya no estaba en sintonía con él. Tenía ante mí al hombre proyectos. No lo entendí hasta ese momento. Puede ser que un ángel, un duende o algo parecido haya parado el tiempo sin darme cuenta y me había mostrado lo que en mucho tiempo no había visto, o puede ser que un reflejo de mi conciencia me lo haya revelado. Pero ante mí tenía a un hombre realmente capaz, inteligente, audaz y con sueños. Pero era el hombre que no iba a llegar a más que eso. Pensé luego que quizás sus proyectos llevaban años de años vivos, pero que con él iban a morir.
Cuando me despedía pensé que quizás iba a verle unos años más tarde en el mismo lugar, no sólo geográfico sino que también en el mismo lugar en su vida. Y comprendí que los proyectos son peligrosos, que los proyectos pueden robarnos la vida a aquellos que necesitamos ideales, planes y sueños. No que sean malos, son el motor y el inicio de todo lo que se ha hecho en el mundo, pero se invierte en convertirlos en realidad son una infección que para incapacitando la mente, e
l alma y la voluntad.
Ese día, antes de dormir me dije a mí mismo: “yo no seré el hombre de los proyectos, yo seré el de los hechos”. Y eso te pido estimada lectora o lector, levántate y anda, haz lo que debas hacer, pero hazlo pronto que el reloj sigue dando vueltas, y un día no muy lejano, al igual que yo, has de morir. Tus obras y tus huesos serán lo que dejes en el mundo, tus proyectos se irán contigo a la tumba a menos que lo hayas comenzado, avanzado y en lo posible terminado. Si no los conviertes en hechos se te pedirá cuenta del tiempo que perdiste planeando, soñando y haciendo proyectos.